jueves, 26 de noviembre de 2009

Residencia callejera




Habitar activa una serie de relaciones que determinan y condicionan el espacio físico, lo que lo convierte en habituado, y en tanto habituado, determina formas de actuar y experimentar el mundo.

Habitar conlleva dinámica, construcción incesante no planeada. “Los lugares ya no se interpretan como recipientes existenciales permanentes, sino que son entendidos como intensos focos de acontecimientos”, como señala Josep María Montaner. Construir la vida es en sí mismo habitar. “No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que hemos habitado”, según Martin Heidegger, el filósofo del tiempo, del lugar y la finitud.

Para el habitante de la calle, el habitar consiste en localizar unos usos sociales en lugares en los que el ciudadano común se abstendría de hacerlo. Se trata de lugares vivenciados, en donde se ha establecido una relación de identidad y de pertenencia, lo que se opone a la calle del transeúnte, quien la experimenta como simple lugar de paso, de circulación enajenada, un no lugar, en palabras de Marc Augé.

La ciudad refleja y habla de la presencia de una identidad callejera. El habitante de la calle refleja los deterioros de la sociedad urbana. En la indumentaria, en la mayoría de los casos pincelada por el gris asfalto, en su residencia, estructurada por el producto del reciclaje, en su estado anímico, inestable e inconstante.

La ciudad se transforma en función del habitante de la calle, pero él refleja y procesa de maneras imprevisibles lo que ésta le ofrece.


José Ricardo López





 

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